No son pocos los titulares diarios de casos de corruptelas que de este a oeste y de sur a norte va recorriendo nuestra piel de toro, como algunos la llaman. Es extremadamente curioso que en esta época de crisis sea cuando más de estos casos están proliferando, será porque la escasez provoca arriesgadas piruetas y saltos mortales a quienes ya están acostumbrados a amontonar lo ajeno. Aún así, lo que más me preocupa son los comentarios generalizados de quienes, unos más oportunamente que otros, dejan caer aquello de todos son iguales. Y me preocupa porque me recuerda un dicho famoso que es "se cree el ladrón...". Estos comentarios son extendidos por los que son partidarios de éstos granujas y siembran la sensación de que estos hechos son habituales para que sus compañeros de partido continúen con sus desfalcos y de este modo, seguramente, recoger parte del botín, aunque en este caso más que nada como el despojo que se concedía a los soldados, como premio de conquista, en el campo o plazas enemigas. Es conveniente resaltar que esos "consejos" no los hacen los políticos de "gama" alta sino que son frases pronunciadas de manera coloquial por los afines a partidos en los que prolifera la corrupción e imagino que lanzan estas consignas para tapar el hedor que rezuman las letrinas de los mismos. Es muy triste que la idea de servicio público que quieren generalizar tenga sus bases en lemas de ese tipo.
Las personas horadas no deben resignarse ante esta panda de oportunistas y trepas que tan sólo buscan saquear las arcas públicas. Por eso no deben dejarse embaucar por los que lanzan el mensaje del todos son iguales porque lo que tratan es de remover el agua turbia para que la sensación de putrefacción no nos dejen oler la fragancia de una democracia participativa y transparente.
Si no se actúa a tiempo la democracia acabará tocada, sino hundida en el fango, por la práctica generalizada de corrupción que invade el estado. Ahora entiendo que sobre la luminosidad prometida en los ayuntamientos allá por el 1979 se haya corrido un tupido velo, pues no interesa abrir las ventanas para que se vea lo que se cuece en esa olla que huele a descompuesto y que es aliñada, sobretodo, por los dos grandes partidos pues tienen los ingredientes idóneos para que el puchero tenga el punto exacto de ebullición y putrefacción.
Debe ser la ciudadanía quien corte de raíz estas prácticas, quien castigue esta apropiación indebida del erario público. No sirve de nada mirar para otro lado ni seguir de manera acérrima a los propios. Lo que debemos hacer los ciudadanos es detener a quienes sangran nuestros bolsillos con impuestos, la mayoría indirectos, y los usan para enriquecerse ilícitamente para a continuación disfrazar esas prácticas con un "todo sea por la causa", pues ellos no tienen más causa que la propia. Aunque, dicho sea de paso, considero que no hay ninguna causa que merezca tanto chorizo.