5 may 2013

Ni soy de aqui ni de allá.



Ahora que, con la llegada de personas de fuera de nuestras fronteras, reclamos que los que somos de aquí deberíamos de gozar de más favores que los no nacidos. Esto no es otra cosa que hacer valer nuestra legitimidad como habitantes y moradores de esta tierra: La nuestra. Pero bastaría recordar que los primeros habitantes de estas tierras, según el yacimiento del municipio grandino de Orce, está datado en 1,5 millones de años.  Esto debería ser  suficiente para ver desde otra perspectiva la seña de identidad de los que, erróneamente, se sienten con más derechos que otros por extranjeros. Sin duda esos primeros habitantes vinieron de fuera y más concretamente nos dicen que arribaron a través del corredor de Palestina bordeando el Mediterráneo por el norte, por lo que la colonización de Europa se realizó, según estos expertos, a través del estrecho de Gibraltar.

En todo caso queda demostrado que la raza humana es de tradición transeúnte, no ha dejado de vagar por nuestro planeta en busca de mejores formas de vida o que ésta sea más apacible. Por lo que somos habitantes del mundo, más que de un lugar concreto y preciso. La concepción más amplia suele dar una visión de más ancha que ayuda a enriquecernos tanto interior como exteriormente.

Todos somos hijos e hijas de la inmigración. De ese transitar de un lugar a otro. Somos de aquí y de allá. Nuestros antepasados tienen un origen único, es cierto. Pero no es menos cierto que gracias a la continua diáspora de la raza humana ha sido posible que el planeta esté habitado en todos sus confines.

El miedo a lo desconocido, a lo extraño, a lo foráneo no puede hacernos perder la orientación sobre el sentimiento de hermandad que debe estar por encima del de rechazo a los diferente por el simple hecho de serlo. Para superarlo sería conveniente pensar que ese mismo miedo se tiene a la inversa.

La amplitud de miras en las relaciones sociales es una buena terapia para abrirnos a los otros. El sentimiento solidario de gran calado en nuestros antepasados en épocas donde el compartir se hacía desde la escasez es un gran ejemplo para quienes hoy no padecemos, aún, esa insuficiencia. El comportarnos con los que vienen de otros sitios como lo han hecho las generaciones anteriores sería un comportamiento propio de lo que siempre ha hecho.

Tenemos que pensar que los primeros habitantes de esta península son aquellos que se aventuraron hace más de 1,5 millones de años en adentrarse a esta tierra, que también venían (o en ese caso debería decir veníamos) de fuera. Vendrían con miedo a ser recibidos hostilmente y se hallaron una tierra deshabitada en la que decidieron asentarse porque les era propicia para el alimento, objetivo básico de aquellos primeros pobladores. Hoy, tantísimos años después, nuevos transeúntes se aproximan a estas latitudes en busca de ese bien básico: el alimento, tanto propio como el de los suyos. Negarles esa posibilidad es negarnoslo a nosotros mismos como pobladores de este planeta, eso sin decir que esta negativa es suprimir el sentimiento de amor al prójimo que debería ser el primer artículo en cualquier Constitución o Carta de Derechos Humanos.