Ahora que, con la llegada de personas de fuera de nuestras
fronteras, reclamos que los que somos de aquí deberíamos de gozar de más
favores que los no nacidos. Esto no es otra cosa que hacer valer nuestra
legitimidad como habitantes y moradores de esta tierra: La nuestra. Pero
bastaría recordar que los primeros habitantes de
estas tierras, según el yacimiento del municipio grandino de Orce, está datado en 1,5 millones de años. Esto debería ser
suficiente para ver desde otra perspectiva la seña de identidad de los que,
erróneamente, se sienten con más derechos que otros por extranjeros. Sin
duda esos primeros habitantes vinieron de fuera y más concretamente nos dicen que arribaron a través del corredor de Palestina bordeando el Mediterráneo por el norte, por lo que la colonización de Europa se realizó, según estos expertos, a
través del estrecho de Gibraltar.
En todo caso queda demostrado que la raza humana es de tradición
transeúnte, no ha dejado de vagar por nuestro planeta en busca de mejores
formas de vida o que ésta sea más apacible. Por lo que somos habitantes del
mundo, más que de un lugar concreto y preciso. La concepción más amplia suele
dar una visión de más ancha que ayuda a enriquecernos tanto interior como
exteriormente.
Todos somos hijos e hijas de la
inmigración. De ese transitar de un lugar a otro. Somos de aquí y de allá.
Nuestros antepasados tienen un origen único, es cierto. Pero no es menos cierto
que gracias a la continua diáspora de la raza humana ha sido posible que el
planeta esté habitado en todos sus confines.
El miedo a lo desconocido, a lo
extraño, a lo foráneo no puede hacernos perder la orientación sobre el
sentimiento de hermandad que debe estar por encima del de rechazo a los
diferente por el simple hecho de serlo. Para superarlo sería conveniente pensar
que ese mismo miedo se tiene a la inversa.
La amplitud de miras en las
relaciones sociales es una buena terapia para abrirnos a los otros. El
sentimiento solidario de gran calado en nuestros antepasados en épocas donde el
compartir se hacía desde la escasez es un gran ejemplo para quienes hoy no
padecemos, aún, esa insuficiencia. El comportarnos con los que
vienen de otros sitios como lo han hecho las generaciones anteriores sería
un comportamiento propio de lo que siempre ha hecho.
Tenemos que pensar que los
primeros habitantes de esta península son aquellos que se aventuraron hace más de 1,5 millones de años en
adentrarse a esta tierra, que también venían (o en ese caso debería decir veníamos) de fuera. Vendrían con miedo a ser recibidos
hostilmente y se hallaron una tierra deshabitada en la que decidieron
asentarse porque les era propicia para el alimento, objetivo básico de aquellos
primeros pobladores. Hoy, tantísimos años después, nuevos transeúntes se aproximan
a estas latitudes en busca de ese bien básico: el alimento, tanto propio como el
de los suyos. Negarles esa posibilidad es negarnoslo a nosotros mismos como
pobladores de este planeta, eso sin decir que esta negativa es suprimir el sentimiento de amor al prójimo que
debería ser el primer artículo en cualquier Constitución o Carta de Derechos Humanos.