Está más de moda que nunca el no
intervenir. Se ha adoptado el apoliticismo casi como una religión o estilo de
vida para demostrar que estamos lejos de la corrupción y que somos castos y
puros. Nada más lejos de la verdad. La falta de acción es la mayor de las
acciones contra, en muchas de las ocasiones, el propio individuo que deja de
actuar y por su puesto contra la gran mayoría de personas que habitamos en el
planeta tierra, pues las consecuencias son tan globales como la economía.
No me estoy refiriendo a quienes
actúan desde la libre decisión de la no participación en partidos políticos,
sino me refiero a esas personas que están a verlas venir pensando que alguien debe
arreglarlo, mientras vocifera con el dicho de todos son iguales que no deja de
ser una contradicción en sí misma, pues si son iguales ¿quién lo va a arreglar?
Dejar todo en manos de esa casta
política creada y generada por acción u omisión nuestras, no es más que hacer
más de lo mismo, sin otro fin de seguir tumbado bajo la higuera con la boca
abierta esperando a que el fruto de ésta nos caiga justo en la boca.
La no intervención es como mínimo
un sonrojo para aquellos que dieron su vida para conseguir las conquistas
sociales que ahora se están evaporando ante la pasividad de muchos y la
indignación y actuación de un puñado, cada vez mayor, de personas que siguen
peleando, de un modo otro, para no retroceder más. Ser apolítico es una opción
que si se adopta desde la pasividad sólo beneficia al pudiente y sus
estratagemas para retroceder cien años en los avances sociales y laborales
conseguidos. Los de siempre han aprendido a utilizar el juego legal en vez de
las abominables tácticas de represión que han sido vilipendiadas por el mundo
entero. Han cambiado de talante para dulcificar desde la “legalidad” sus
acometidas pero ahora igual que antes provocan situaciones de carencia de
alimentos, vivienda, sanidad, educación a la gran mayoría mientras ellos amasan
grandes fortunas. Ante esto se puede ser muchas cosas pero no apolítico, pues
la política debe entenderse como la actividad del ciudadano que interviene
en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo,
cosa distinta será que haya que cambiar el modo en el que nos dejan a los
ciudadanos esta intervención y ahí se puede combatir desde distintos frentes,
pero jamás desde ser ajeno a la política porque entonces dejaremos en manos de
ese puñado de pudientes las decisiones de todo.
Considero
imprescindible que las personas queramos intervenir en los asuntos públicos con
decisión de transformar este sistema injusto, inmoral e ilegal, la forma de
organizarse para dicha intervención debe decidirla la mayoría y no esa casta
política que hay que derrocar en cualquier caso y defender la intervención del
pueblo en los asuntos que les concierne. Las imposiciones y limitaciones
democráticas impuestas por los mercados amparados por las políticas
comunitarias son las primeras cadenas que hay que romper para salir de esta
esclavitud sin grilletes pero igual de efectiva que la que los tenía. El
síndrome de Estocolmo parece que es el que ata a los tiranizados y los hace
vivir en una ilusa libertad a los que
les someten los secuestradores.